sábado, 10 de abril de 2010

Con Teillier en la memoria

Conocimos a Jorge Teillier en el verano de 1980. Junto a Luis Aravena (hoy radicado en Canadá) y el novelista Ramón Díaz Eterovic nos encaminamos al ya mítico bar La Unión Chica en Santiago y procedimos a esperarlo. Un par de semanas antes habíamos conocido a Rolando Cárdenas y a Francisco Coloane.

El autor de “Muertes y maravillas” y “El árbol de la memoria” llegó puntual al mediodía y nació allí una amistad que se prolongó hasta su fallecimiento en abril de 1996.

Dotado de un talento único era un especialista en cosas inútiles, como le gustaba denominarse.

Este mes se cumplen 8 años de su partida y la fuerza del mito a su persona y obra es cada día más grande.

Teillier retrató como nadie la soledad, los recuerdos de infancia, los pueblos perdidos, el lar de La Frontera, los trenes, los bosques, la lluvia, el poeta como sobreviviente de un paraíso perdido, el sur de Chile con todas sus características.



Vigencia de Enrique Lihn

Con Enrique Lihn nos tocó participar en el primer encuentro de artistas por la democracia en 1983 en Padre Hurtado. Organizamos cada detalle de las ponencias, actuaciones, diálogos, tertulias, junto a Jorge Narváez, Lautaro Labbé, Diego Muñoz, Antonio Cadima, María Maluenda. Artistas de la literatura, la plástica, el teatro aglutinados en torno a la idea de darle un contenido mayor a la lucha contra la dictadura.





Lihn tenía un gran sentido histriónico y sus intervenciones eran un espectáculo aparte. El poeta Rodrigo Lira lo imitaba en público y provocaba una risotada general en los auditorios culturales del Santiago de los 80.

El autor de “La pieza oscura”, era un polemista inteligente y un creador innato, de aquellos tocados por la vara de los dioses como le gustaba decir a Rolando Cárdenas. Siempre nos pareció que este libro, escrito entre 1956 y 1962 es uno de los grandes poemas escritos en Chile. Monólogos dramáticos con tonos elegíacos en muchos de ellos.

Pedro Lastra en su libro “Conversaciones con Enrique Lihn” dice que “la pieza oscura es el poema central del libro, el que le confiere la unidad de una constelación; y esto no solo o únicamente por su ritmo semántico sino por la tonalidad del fraseo verbal, de un ritmo fónico que atraviesa el conjunto. Yo creo que casi todos los textos, descontadas sus particularidades en otros planos, ingresan de algún modo en la atmósfera que se proyecta desde allí”.

Nicanor Parra, Literatura explosiva

Nicanor Parra cumple 90 años. Como este será el año nerudiano su cumpleaños pasará desapercibido y no recibirá los honores que le corresponden. El creador de los antipoemas es uno de los artistas más importantes de nuestra lengua. Contra la poesía de escritorio, de pequeño Dios, de la poesía del tonto solemne, su lenguaje irónico, juguetón, humorístico, coloquial, desacralizó la estructura y el verbo de lo que hasta ese momento se construía poéticamente en Chile y en el orbe. Tuvo tanta fuerza la edición de sus “Poemas y Antipoemas” en 1954 que hasta Neruda escribió un libro titulado “Estravagario”, dando cuenta del remezón del antipoeta a la literatura contemporánea.






Cincuenta años cumple ahora en julio la primera edición de ese libro espectacular. Oriundo de San Fabian de Alico, Chillán, nació el 5 de septiembre de 1914. Nicanor es hermano de Violeta Parra y fundador de una dinastía artística en nuestro país: escritores, músicos, pintores, actores, escultores que hoy se destacan y hacen escuela. Traductor de poesía inglesa, instaló en nuestro país el discurso y la conciencia ecologista en la década del 60 con sus célebres ecopoemas.

Autor de un Artefacto famoso sobre nuestro Premio Nóbel; cuando éste lo supo reaccionó indignado. El Artefacto dice así: “Si Neruda se lanza del séptimo piso, sígalo, es un buen negocio”. Eran tiempos distintos, de discusiones, polémicas, rencillas literarias al por mayor. Parra abarcó y sigue con los temas más disímiles, la política, el humor, la naturaleza, la muerte, la mujer en todas sus formas. Otro Artefacto famoso es: “La izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas”.




Marino Muñoz Lagos, Un poeta del Sur de Chile

Marino Muñoz Lagos nació en Mulchén en 1925. Su poesía representa la nostalgia, la recuperación de un tiempo que fue, la crónica de seres y cosas que pasan por la vida y se desvanecen como la lluvia en medio del campo o de una calle. Testigo de las tempestades del austro, de las auroras, por su canto es posible descifrar como el mundo que se detiene avanza por límites donde el hombre está a la intemperie y, desolado, contempla el devenir del futuro, de todas las ausencias:
Ramón Díaz Eterovic dice que “los versos de Muñoz Lagos tienen al mismo tiempo la suavidad de la nieve y el ímpetu del viento que ha acompañado su andar magallánico”.





Conocimos al poeta en la década del 70, en tertulias en casa de Silvestre Fugellie, Osvaldo Wegmann, en visitas a su hogar, en rincones citadinos de Punta Arenas, la ciudad adoptiva.

Su presencia siempre nos ha acompañado a través de la lectura de sus libros y crónicas sobre poetas desconocidos. Autor de un memorable poema “Retrato vivo de mi padre muerto”, que era declamado con ímpetu por Rolando Cárdenas en Santiago y recomendado en sus cátedras y academias por Mario Ferrero, Luis Merino Reyes, Gonzalo Drago.

Sin duda que su obra más poderosa es “Los rostros de la lluvia” (Premio Municipal de Santiago, 1971).
En este texto el poeta explora el entorno de un paisaje metafísico de la patagonia y de sus mundos atávicos. Inventa una patria literaria a través de la cual describe la cotidianidad como un perfecto artesano y cada verso tiene una finalidad y un ritmo que muy pocos autores pueden lograr.

Armando Uribe Arce, al Premio Nacional de Literatura 2004

Nuestro candidato es el poeta Armando Uribe (Santiago, 28 de octubre de 1933). Uno de los grandes poetas chilenos del siglo XX, su producción se inicia con las obras “El transeúnte pálido” (1954) y “El engañoso laúd” (1956). Tiene más de 30 publicaciones en los ámbitos del derecho, la religión, la política, la ficción, la literatura. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua y Académico de la Real Academia de la lengua española. El año 2002 recibió dos veces el Premio Altazor; en poesía con “A peor vida” y en ensayo: “El fantasma de la sinrazón y el secreto de la poesía”.





Integrante de la Academia Literaria “El Joven Laurel” que dirigió Roque Esteban Scarpa en el Colegio Saint George de Santiago, pertenece a la Generación del 50 junto a Jorge Teillier, Enrique Lihn, Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, David Rosenmann Taub, Delia Domínguez, Cecilia Casanova, Stella Díaz Varín.

Poeta irónico y desenfadado aborda diversas temáticas relacionadas con el hombre y su existencia. Otro de sus temas preferidos es la permanente desazón del ser humano ante un mundo que se va desvaneciendo por la violencia de quienes detentan el poder en todas sus áreas culturales.

Sus textos, de gran fuerza telúrica se nutren de experiencias de vida y como escenario de sus creaciones aparecen películas de la infancia, viajes, un Chile visto por un cronista apasionado que dialoga con personajes de la historia reciente e impreca, fustiga, con la pasión de quien ama y odia con la misma intensidad su paso por la tierra y quiere construir, dejar un legado, denunciar las barbaries del ser humano que en nombre de Dios, de ideologías, destruyen la naturaleza, quitan la vida sin problemas de conciencia. “Su poesía es parca y austera –dice la periodista y crítica literaria Sandra Maldonado- se construye con una gran economía de palabras luego de un concienzudo trabajo intelectual. Uribe escribe con inteligencia y a la vez con gracia golpeando la realidad de una manera feroz”.

Oscar Barrientos Bradasic

Conocimos a Oscar Barrientos Bradasic en Punta Arenas, en el invierno de 1989. Había publicado su primer libro “Espada y Taberna” a los 14 años; tenía un talento desbordante y se apreciaba su vocación literaria, por el rigor de sus lecturas. Ahora nos sorprende con “La Egloga de los Cántaros Sucios”, un extenso poema al Río de las Minas que atraviesa esa austral ciudad y que en el texto adquiere un halo metafísico como suelen producirlos los artistas con los objetos o seres que cobran vida en el territorio de las palabras, con la magia de la invención.





La Egloga, cultivada desde siglos por autores religiosos, pastoriles, vates del amor y la pasión como Virgilio, Salicio, Garcilaso, Rilke, adquiere aquí un doble significado: el de la transfiguración imaginada, y la construcción de un lugar mítico donde el hablante, con el pretexto de escribir la ciudad, penetra en las cloacas y miserias que suelen desplazarse por el río, donde crea una metáfora de la decadencia.


“Llegarás al mar río de lágrimas sucias/intestino de la ciudad
amurallada/ cántaros de la melancolía infinita/llegarás al mar/ allá donde alguna vez se despeñaron/las palabras y no volvieron”, dice

uno los cantos. Este libro, soñado en el sur del mundo debe ser uno de los más importantes de los últimos años escritos en Chile por poetas de su generación.




Hotel Celine, de Armando Roa Vial

El libro “Hotel Celine” de Armando Roa Vial es un espacio donde confluyen los fantasmas del escritor, alucinaciones y, como telón de fondo, la poesía que invade mundos, axiomas, sonidos guturales donde se advierte la presencia de un hondo pesimismo sobre el ejercicio de la creación, en todas sus formas. El poeta indaga en el túnel del tiempo, que a ratos es como un espacio donde la nostalgia invade adjetivos, esos epicentros donde la memoria histórica es tratada con un tono melancólico, evocativo, en una muestra de oficio de un poeta cuyo talento fue reconocido hace años, cuando aún era estudiante universitario, por Jorge Teillier y Armando Uribe Arce.





En el Hotel Celine se recluyen, hospedan, duermen, sueñan, poetas, mendigos, trashumantes sin oficio conocido, personajes que entran y salen de novelas de Gogol, Kafka, Sábato, que trazan borradores de la irrealidad, luego la convierten en ficciones para que los verdaderos autores puedan mirarse con dignidad frente al espejo y convertir la palabra en magia colosal, en laberintos donde recodos y lugares como este Hotel puedan ser observados desde el más allá cuando los lectores, atrapados por el vértigo, duerman el sueño de los justos en un cielo también inventado por estos seres que han hecho de la fábula la continuidad de sus vidas, el eje de sus vidas, mejor dicho.

“Para los huéspedes del Hotel Celine, el único orgullo está, precisamente, en no tener nada de que enorgullecerse”, dice el autor en la nota introductoria. Lo que puede analizarse como una metáfora de la no existencia, es aquí un corpus donde la muerte camina como en los poemas de Nicanor Parra, Georg Trakl, Robert Browning, es decir, por lugares donde La Parca es parte de nuestra cotidianidad, de nuestros besos y sueños.

Malú Urriola, Poesia de la nada

El libro “Nada” de Malú Urriola (a quien conocimos en Santiago a mediados de los ochenta en casa del escultor Lautaro Labbé, cuando tenía 13 años) es un ejercicio mayor de cómo debe elaborarse un texto que combina la magia de la invención con una propuesta integral donde las palabras son secuencias que ayudan a construir un espacio inmaterial para negar la existencia de ese mismo aire que las va construyendo, es decir, un hablante que quiere desaparecer en el hábitat del poema.





Cómo integrar estos códigos poéticos en la realidad del sistema literario chileno?. Compleja pregunta, porque lo que llamamos tradición en nuestro país, en lo que se refiere a poesía escrita por mujeres tiene marcadas influencias del realismo y de la instrospección como fórmulas que intentan dar cuenta de una realidad –como la nuestra- llena de contradicciones. Aquí se intenta, de alguna manera, fundar un territorio de la Nada como lugar de trabajo y vida, dentro y fuera del lenguaje. La apuesta es arriesgada pero los grandes desafíos tienen esos sellos.

Editado por Lom (2003), estos poemas están dotados de una singular belleza donde las palabras están encerradas en cárceles, ahogadas por una cosmovisión donde se plantean interrogantes metafísicas que la poeta intenta resolver situando su palabra en alegorías circulares: allí, juega con la locura, la muerte, los vacíos, los cielos inexistentes, el verbo es acosado con violencia a ratos; huye de este mundo en un aeroplano inexistente, coloca en duda la calidad de la palabra, “que nada digan –les dice- que no mientan más, que no sobornen, que no encubran”.

Pedro Lemebel, De perlas y cicatrices

Conocimos a Pedro Lemebel a fines de los años 70 en Santiago, cuando aún se llamaba Pedro Mardones y era profesor de arte en un liceo de Puente Alto, absolutamente descolocado del sistema y ávido de lecturas, vida, política. Cada cierto tiempo lo veíamos lleno de rasguños, con los ojos morados, en actitud provocativa frente a la policía y a los matones que merodeaban cerca de Plaza Italia en la capital, especialmente en el bar El Castillo Francés, guarida de poetas, actores, y todo tipo de personajes que pululaban en busca de un vaso de vino o una conversación antes del toque de queda.

Frecuentábamos ese lugar con Jorge Teillier, Carmen Berenguer, José Angel Cuevas, Alvaro Ruiz, Carlos Mellado, Hernán Miranda, el pintor Nemesio Antúnez, los actores Tennynson Ferrada, Aldo Parodi, Alfredo Castro, Andrés Pérez, el locutor magallánico Yerko Hromic. Llegaba también la escritora Yolanda Lagos, a la que apodábamos La Coneja quien solía cantar arias y canciones en inglés minutos antes de las once de la noche, momento en que por arte de magia, todos desaparecíamos.